
El hombre se recogió las perneras dando unos tímidos pasos de baile y luego se inventó unas plumas con las manos y los dedos estirados sobre su cabeza. Esa fue la coreografía para una soberbia interpretación del clásico “Eu sou Neguinha?”. Y fue casi su única licencia para el baile, en un espectáculo más bien circunspecto, sometido a los recursos escasos impuesto por Banda Cê. Un Caetano Veloso, el sábado en el teatro Caupolicán, permitiéndose confirmar la máxima del filósofo: sólo podría creer en un dios que supiese bailar.
Luego el hombre se replegó en varias ocasiones hacia la parte de atrás del escenario. Dejaba sonar así el trío al desnudo: un bajo protuberante, una batería de tambor y plumilla y una guitarra noise. Así se escuchó “Perdeu”, del último disco “Zii e zie”, el cual repasó casi completo. También la reinventada y electrificada “A luz de Tieta”, en una versión en las antípodas de la interpretada en “Prenda minha”.
Un Caetano circunspecto que apenas pronunció palabra para amenizar la velada. Presentó (dos veces) por su nombre a los jóvenes músicos que lo acompañan agregando un escuálido “banda Cê tocando para Santiago”. Y en el fondo de la tarima, desplegado un ala delta, el símbolo del vuelo ligero, lúdico, que el cantante propuso a lo largo de su repertorio. Los ejemplos sobran; uno solo: “Volver”, el tango popularizado por Carlos Gardel, en una versión pop azucarada, eficazmente emotiva (y coreada por el público).
También tuvo tiempo para clásicos obligados; sólo que en ese ámbito el terreno es tan fértil y rico, que a la selección hecha para la ocasión siempre se le puede reprochar algún olvido. Estuvieron “Irene” y “Não identificado”, ambas magníficas (y absolutamente necesarias de oír para un fiel torcedor); “Desde que o samba é samba”, la única incursión acústica, un paréntesis con sabor a poco; y “Leãozinho”, al final, también pasada por el cedazo eléctrico.
A estas alturas es perfectamente plausible considerar al superdotado artista bahiano una especie única, capaz de entrar y dominar todos los terrenos musicales imaginables. Una versión moderna del artista total wagneriano, que ha sabido conjugar la tradición y la vanguardia, la experimentación y el samba, el choro y toda la exquisita variedad y riqueza de los ritmos tradicionales brasileños.
En sus dos últimos discos (“Cê” y “Zii e zie”; y quizá como antecedente directo el inmediatamente anterior “Noites do norte”, la pieza de transición), Veloso ha reducido su escala de grises, limitando la variedad instrumental pero no el sonido, siempre rebosante de matices. De alguna manera esta etapa conecta con algunos discos de la década de 1970 (“Caetano Veloso” o el oscuro “Transa”), urbanos y bohemios. La canción “Lapa” (el barrio cultural de Río) lo resume de forma magnífica: “Essa moça vanguarda (…) Cool y popular/ A Lapa”.
El hombre tiene ya 67 años. No se perciben signos de fatiga por ningún lado. Quizá ya no dé los saltos de “Prenda minha”, pero la misma variación musical experimentada en estos últimos años vuelve al bahiano más sobrio. Pero sin exagerar. El trío, con una ejecución sobresaliente, de alguna forma lo confirma. Sin problema abordó la disonancia y también el ritmo juguetón y playero de “A cor amarela”, el último homenaje dionisiaco del bahiano, siempre pendiente de rendir tributo al placer del cuerpo. Caetano circunspecto, pero con embargo.