
Retomo después de varias semanas “Viaje a Oxiana”. El libro lo saqué de la estantería de un amigo (en su ausencia). Pero en cosas de libros, los hurtos son lo de menos. (En mi defensa digo que le dejé no uno sino dos maletas llenas de libros; de hecho, toda mi librería). Bien, a Byron (que no llegó a lord) llegué a través de Bruce Chatwin. Y justamente la edición que leo está prologada por él. Califica el libro de obra maestra de la literatura de viajes, y yo no puedo hacer más que creerle.
“Viaje a Oxiana” está escrito en forma de diario; ahora, en muchas partes, y sobre todo porque se trata de un trabajo (el fin del viaje mismo) de investigación acerca de la arquitectura islámica, el texto revela a veces profundizaciones más de biblioteca que de terreno. Pero es lo de menos. De hecho, el erudito que es Byron no se empalaga y deja fluir la narración de manera amena y delicada. Aunque destacaría más al Byron humorista; porque el libro destaca por estar bañado de un humor terriblemente ácido, sobre todo a la hora de valorar a los mortales. Reparte por igual a ingleses, alemanes, afganos y persas. ¡Se salvan los franceses e italianos! El viaje está fechado en 1933, y el Irán y sobre todo el Afganistán que describe son muy diferentes del actual. Un Oxiana medieval, es cierto, pero sorprendentemente culto y próspero.
“Yo iba a pie la mayor parte del tiempo, contemplando las flores que destacaban entre las altas hierbas del borde de la carretera: pequeños tulipanes escarlata, lirios enanos color crema y amarillo, una especie de flor de cebolla morada que desde el ojal me perseguía con un olor parecido a la carne en mal estado, amapolas, campánulas, y una extraña planta con hojas de tulipán, cuya flor, color rosado pálido, tenía los pétalos cuadrados y separados, que crecían hacia arriba formando una copa. Las cosechas empezarían dentro de poco, trigo y trébol, con lo bajo que estarían en Inglaterra en esa época. La aldea de Laman ya estaba a la vista cuando el coche cayó en una cuneta, de la que no había posibilidad de sacarlo sin ayuda.”
Byron se remite aquí al paisaje, pero es una muestra de su calidad interpretativa. Del libro me faltan todavía unas cien páginas. Byron, en general, está muy poco editado y traducido al español. Fue un experto en cultura asiática (sobre todo persa, islámica), y quizá uno de los últimos representantes de una generación de exploradores (típicamente británicos) que colonizó medio mundo; aunque Byron emprendiera una empresa totalmente diferente: viajaba solo.