Son tan sólo cinco días en la ciudad. El aire es irrespirable. A trasluz el horizonte se torna visible: una espesura opaca lo domina todo. Es Santiago de Chile. Desde siempre, o por lo menos desde hace mucho tiempo. Un reducto para enfermos pulmonares. La cordillera desaparece. El buen humor también. La cortina de humo amenaza con hacerse más espesa a medida que el invierno se vaya instalando en la región.