4 de mayo de 2010
Lo último de Auster
Paul Auster a estas alturas es alguien de quien no quiero leer ni una declaración ni una entrevista ni un argumento político ni literario ni nada. De hecho, ya había dejado de leerlo. Me bastó con las soberbias “Leviatán”, “El palacio de la luna”, y, quizá, “El libro de las ilusiones”. Ahora se ha vuelto algo así como el gran predicador de las cosas políticamente correctas. El Obama literato o algo por el estilo. Pero, entonces, pasa que vuelvo a leer algo suyo. “Invisible”, la última novela publicada. Tengo que admitir que la leí de un tirón, en una sola tarde. Hacía muchísimo tiempo que no me pasaba. Eso es una buena señal; pero no quiere decir que su perdurabilidad esté garantizada. Todo puede quedar en esto: un libro menor muy ameno. Porque se nota que el autor tiene oficio, maneja a la perfección todas las herramientas para cautivar e intrigar. Brinda una historia conmovedora. Un escritor que respeta al lector porque lo quiere seducir en todo momento. No dudo de las buenas intenciones de Auster. Otra cosa son sus escarceos político-culturetas-americano-demócrata. Entonces, ¿dónde falla la novela? ¿Se le ven acaso las costuras? He de admitir que no estoy en condiciones de responder a eso. Paul Auster hace tiempo que se convirtió en su propia marca. No se le puede recriminar. Pero no a todos los escritores les pasa. O es que acaso uno puede decir que Ernst Jünger se terminó convirtiendo en una marca. Pero sí Paul Auster, a raíz de una serie de tópicos explotados en sus libros relacionados con el azar y las vueltas de la vida. Lo más destacable de todo esto es que leyendo la novela se da uno cuenta del placer que sintió el escritor al momento de trazar ciertos pasajes. En especial el capítulo dos. Yo pensé de inmediato en la película “La luna”, de Bernardo Bertolucci, una obra maestra del seudo género incestuoso. Ambas historias tienen salidas muy distintas. Y quizá Auster opta por la tangente.