
1. El sábado volví al Mercado Central. Antes, para calentar motores, un brebaje en La Piojera, en Aillavilú, que está justo al lado. Era mediodía y estaba lleno, pero de gente que parecía seguir una fiesta empezada la noche anterior. Conserva el ambiente de quinta de recreo, aunque con el aforo completo se parece más a un bar decadente. Está bien la decadencia, pero a veces es muy temprano para meter las narices y olerla. En el mercado la mesa ya estaba servida. Me incliné por una paila marina; en el centro de la mesa, apareció un mariscal: erizos, piures, almejas, ulte y choritos. Mucho cilantro y limón estrujado. Una cosa que se come a cucharadas, y cada cierto tanto, se acompaña con generosos sorbos de vino (blanco preferentemente, pero el sábado se bebió tinto). Luego me hice cargo de la paila de greda humeante. Aparecieron las machas, el picoroco y el congrio. Me paré de la mesa rebosante de yodo y regado suficientemente.
2. El déficit de yodo en el organismo se asocia a diversas enfermedades, entre ellas el bocio y el cretinismo. Una deficiencia de la glándula tiroidea provoca hipotiroidismo o más comúnmente llamado cretinismo. Es una enfermedad a estas alturas muy acotada, que suele afectar en poblaciones que habitan tierras escasas en yodo. También hay factores genéticos, por supuesto.
3. El sábado, antes del mercado, después del desayuno, una amiga y yo subimos hasta la azotea de un edificio en la esquina de Tarapacá y Nataniel. Chispeaba todavía y el cielo seguía cargado de nubes grises. Fue posible, de todas formas, ver las montañas, que forman una especie de herradura y atosigan Santiago. Ya he hablado aquí del ambiente tóxico de la ciudad. La carga química, la mañana del sábado, se encontraba mitigada por la lluvia de la madrugada. Pero eso no basta. Aun así el panorama seguía siendo lúgubre.