
Existe la polémica de a quién se debe otorgar el próximo Premio Nacional de Literatura. Hay quienes defienden abiertamente a una candidata: Isabel Allende. Candidata de larga trayectoria, así llamada súper-ventas. Los puristas se oponen, pero se oponen a gritos (y pataleta). Prefieren a Diamela Eltit, candidata críptica como ella sola. Allende versus Eltit, una carrera. El premio reconoce justamente una carrera literaria. Pero también el premio significa una buena suma de dinero. Lo justo sería preguntar quién escribe por plata, y no sólo a las dos candidatas. Lanzo la pregunta al aire: ¿Quién lo hace? Isabel Allende, está claro, es millonaria; Diamela Eltit se aferra a la teta de las subvenciones estatales. ¿Quién? También se puede expresar así: la cursilería versus la criptomanía. Tiendo a inclinarme por lo críptico ante lo cursi, porque sigo esa guerra contra el cliché declarada por Amis. Así que de algún modo me inclinaría más por Eltit (a fin de cuentas “Vaca sagrada” la leía en su día y me gustó; de Allende empecé “La casa de los espíritus”, pero sólo la empecé…).
Y sin embargo mi voto sería para Allende (la escritora).
¿Por simplón? ¿Por puro capricho y afán odioso? Quizá. Quizá porque Bolaño repudió públicamente a Isabel Allende. Quizá porque los intelectuales no la quieren. Quizá. Y quizá incluso debido a que a mi mismo no me gusta. He aquí la razón de peso. Un premio para el que detestamos. Eso es el premio nacional.