· Lázaro de Renca · derrenca@gmail.com · modificado en Tumblr ·

1 de julio de 2010

Diagonal

Como extraño mis largas caminatas de antes, me pongo a caminar. Yo suelo caminar como un bruto, hasta hacerme papilla los pies. Camino haciendo diagonales, cortando la ciudad de esa manera, lo que conlleva doblar muchas esquinas. Digamos que no soy hombre de rectas; me aburren: es el síndrome del perro extraviado. Tampoco prefiero las cuestas (sólo si son en bajada… pero antes hay que subirlas). Camino dibujando diagonales, buscando siempre la sombra. He caminado algunas ciudades (podría decir que muchas), así que tengo mi lista de preferencias. Pero ahora estoy en Santiago, es lo que toca. ¿Si se camina bien esta ciudad? Caminando se ejercitan muchos músculos, incluido el músculo cerebral: es la receta de Nietzsche, y yo la sigo como un mandado. Caminando adquieren claridad muchísimas cosas; también es cierto que se hacen agua otras muchísimas cosas. Pero algo queda, y se va acumulando en el fondo del barril. ¿Si se deja caminar bien esta ciudad? A ver: Santiago es un desastre, una ciudad apelmazada, una bola de papel arrugado. Pero caminando se entiende parte de su actual paisaje. En Cal y Canto, por ejemplo, se da uno cuenta cuánto permanece del Santiago de siempre: sucio, feo y maloliente. ¡El Mapocho está ahí, a dos pasos! Algunos edificios han crecidos alrededor, pero lo único que ofrecen son sombras más alargadas. Por Independencia, el comercio es lúgubre y malsano. Pequeños boliches y tienduchas escuálidas, oscuras. Un viejo cité donde juegan los niños. Los nuevos comercios: centros telefónicos con tarifas para Lima y Quito. El olor de la fritanga. Las librerías ambulantes: novelas pirateadas, librillos con letras de grupos de música, puzles y sudokus. Como sigo caminando recuerdo El Caminante, esa revista legendaria y necesaria, de los años noventa, que supuso tantos descubrimientos. Fue en un número de El Caminante donde leí por primera vez a Clarice Lispector y a Hanif Kureishi; fue en El Caminante donde pude saber más de mi admirado Ernst Jünger. En fin, luego la revista desapareció y con ella una gran tradición de revistas (muchas españolas: Ajo Blanco, Urogallo, El Arrabal (?), de difícil aunque no imposible acceso). Después de Independencia, Vivaceta, los bloques de Juan Antonio Ríos, y finalmente Domingo Santa María. Llego a casa, sí, con la espalda punzante y los pies ardientes. Pero insuflado y extrañamente satisfecho.