· Lázaro de Renca · derrenca@gmail.com · modificado en Tumblr ·

17 de julio de 2010

La mala conciencia

Mi dialogo político lo mantengo fresco y vivo; pero en realidad no pasa de ser un monólogo.

Con eso mente repaso –ahora que leo esto, y me brota una sonrisa maligna tan bien sugerida- el día que entrevisté a un tal Manu Chao, cantante y comprometido de profesión. Fue en 2000, ese año de números cerrados, en el que pasaron tantas cosas. En el patio lateral del teatro Oriente, a eso de las cinco de la tarde, se presentó Chao vestido humildemente con una chaqueta de jeans. Vaya un tipo menudo –recuerdo que pensé-, con su acento mezcla de gallego, francés y castellano, tarareando una melodía simpática-pero-grave en torno a los problemas de este mundo cruel. Yo era en ese tiempo un entrevistador inexperto; y peor todavía: un entrevistador que sentía cierta inclinación por el entrevistado. Las preguntas fueron formuladas para que el entrevistado se despachara a su gusto, y así fue: el tal Chao se explayó sobre los dolores e injusticias terrenales, reverberando un viejo tópico izquierdista: alguien tiene la culpa de todo esto. Lo que es lo mismo que decir que otro mundo es posible. En fin, esa mañana Chao había cantado para la gente de La Bandera y luego había recalado en La Piojera; y se veía contento el hombre, satisfecho de ese turismo responsable y biodegradable, sin pedir perdón (¡por supuesto!) por tener que continuar su (mega) gira por el continente, cumpliendo con sus compromisos contractuales, haciendo lo que era y es su trabajo. Sobre la entrevista misma no hay mucho que decir, sólo esto: fue publicada a medias, compartiendo página con otra de igual calibre realizada esa misma tarde en La Piojera por otro entrevistador ascendente. La noche de ese día, después de acabado el concierto en el teatro Caupolicán, el tal Manu Chao se instaló en plena vereda de calle San Diego con su guitarra e interpretó unas canciones para los que no habían logrado entrar al teatro. Toda una clase de cooperación participativa. Un ejemplo nítido de ese comercio que llaman con falsa mala conciencia.