1. Hoy en la revista Babelia, Carlos Fuentes, ese dinosaurio, empieza una crónica así: “Chile ha sido país de poetas: Vicente Huidobro, Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Nicanor Parra: su verbo ha ocupado y expandido esa franja estrecha de tierra -Chile- que va de los desiertos de Capricornio a los hielos de la Antártica.” Luego sigue: “Chile es un país paradójico”, escribe. Todo esto con el novelista Arturo Fontaine de fondo. Y se atreve con más: Chile, dice, un país “de tremendas escisiones internas, dolores, esperanzas, nostalgias, odios, y fanatismos que al cabo se manifiestan en lenguaje e imaginación”. Un ejemplo abundante de lo que en cualquier situación es un país cualquiera, un grupo de personas con costumbres relativamente parecidas, con una lengua y un mercado común. Donde Fuentes escribe Chile, póngase el país de turno que desee; el resultado es el mismo. Hay críticas favorables que resultan contraproducentes: ahora no sé si “La vida doble” (la novela de Fontaine) vale la pena o no. 2. Alguna vez escribí: la fotografía me reconcilia con el mundo. Con una cámara en la mano (y mejor: con el ojo detrás del visor) soy mejor persona; porque lo veo, lo estilizo y lo mejoro. En la misma Babelia, Antonio Muñoz Molina, traza de forma elegante y robusta (con una Leica de fondo) el trabajo de la fotógrafa Helen Levitt. Titula el artículo “Poética de la mirada”, asunto indiscutible. Largas caminatas destinadas no a otra cosa que observar el movimiento de las cosas, con mi Canon (hoy en desuso) dentro de la cartuchera pero a punto, como quien va armado queriendo devastar lo dejado atrás. Era todavía el tiempo de lo analógico, una prehistoria no muy antigua. Conservo algunos de aquellos negativos; esas piezas hoy, ante el triunfo innegable de lo digital, parecen pinturas rupestres dedicadas a (sobre) vivir en la penumbra de la cueva-laboratorio.
