
Estoy dispuesto siempre a rendirle homenaje a una ciudad como Granada. Viví allí cinco años; creo que no exagero al afirmar que fue mi época dorada. Aunque hubo de todo. Hoy me encuentro en cualquier clase de época, ciertamente de ningún metal que se precie. Y ya que ligo oro y Granada me doy cuenta que calza. Por la chulería gitana de lucirlo, por ejemplo, algo que siempre me llamó mucho la atención (lo detesté siempre, creo, aunque al final acabé resignado y reconociéndolo). Y no sólo Granada; toda la provincia: en primer lugar las Alpujarras, por supuesto.
Como el resto de España, Granada siempre estaba en obras. En el baldío frente a mi edificio comenzaron a levantar algo. Y no fue extraño que anunciaran que los trabajos se detenían porque habían sido hallados huesos y osamentas humanas. Jesús, mi gurú personal y amigo, me lo explicó sucintamente:
-¡Pff! Esta ciudad son capas superpuestas de cementerios milenarios.
El blanco del Albaicín era el de un cementerio viviente. Me sentía muy a gusto entre aquellos muertos, compartiendo sus nichos estrechos y terrazas. En el parque de Invierno era posible ver la espalda de una ciudad con muy buen frontis, atesorada y asediada por toda clase de turistas y visitantes. Creo que logré mimetizarme magníficamente en ese paisaje lapidario.
Hablo de la celebración de la muerte. Hablo de la Semana Santa, que vista allí adquirió para mí otro significado. Han logrado a lo largo de años convertir lo tétrico en un jolgorio. Las capuchas son la manifestación de lo grotesco nacional; y la borrachera con que acababa todo, un motivo más que suficiente. La pasión religiosa y política, que siempre me ha causado espanto, tiene ahí, en el Sur tan manoseado y tópico, una gran baza.
Recordé esta noche Granada escuchando Enrique Morente. El señor Morente es un motivo en sí mismo. Un hallazgo, una excepción en el mundo del flamenco. Está muy ligado a Granada, y él no se cansa de repetirlo. Una cosa un poco agotadora, como lo es todo el nacionalismo que España de por sí rezuma de muy mala manera. Pero al cantaor Morente se lo dejamos pasar: ya su música da muy buenos motivos.