
En Santiago sólo es posible ver la cordillera de Los Andes después de una jornada intensa de lluvias. La visibilidad sólo dura uno o dos días; luego, vuelve la normalidad de ambientes densos e híper contaminados. La percepción visual también cuenta, porque aunque los medidores de la calidad del aire dispuestos por el Estado chileno digan lo contrario, vivir en el margen de “regular” no puede ser otra cosa que terrible.
Entiendo que si las autoridades decidieran bajar los niveles de medición causarían alarma en la población (o quizá no; ya estamos habituados), al tener que decretar casi a diario emergencias ambientales. Pero la realidad así lo recomienda. Los medidores están obsoletos, y nos seguimos intoxicando a diario.
Todo este asunto técnico de mediciones y niveles es necesario estudiarlo para comprender otra cosa: que, en definitiva, esta ciudad, Santiago, por el momento no tiene vuelta; es invivible e irrespirable. Desde que tengo uso de razón ha sido así. Todavía estamos en otoño; a medida que el invierno se vaya asentando, la situación se irá volviendo más crítica; el frío hace que las partículas se concentren todavía más. Losefectos dañinos en la salud son a largo plazo, pero también a corto; los servicios de urgencia se saturan con pacientes con problemas respiratorios. Y cuando el invierno pasa, vuelve la falsa normalidad de la primavera soleada y florida; nos olvidamos del pasado reciente de intoxicación; y así hasta el invierno siguiente.