Las columnas de opinión y editoriales del diario en papel las dejo para la hora del almuerzo. No me voy a sorprender ahora de lo que cabe leer en el Mercurio, pero aun así siempre trae sus cosas. Escriben los liberales Warnken y Ampuero, por ejemplo. Tengo el buen recuerdo del programa “La belleza de pensar” de Warnken; de Ampuero sé poco, y la verdad es que sus artículos no me animan nada a leer un libro suyo. De hecho, menciono a estos dos como un ejemplo de lo que es ser un articulista necio tomado en serio.
Cada cierto tiempo, les da por el patriotismo. Warnken se despacha a gusto, haciendo loas nerudianas, forzando la prosa e intentando hacerla pasar por poesía. Escribe Ampuero, a propósito del desastre de los mineros atrapados bajo tierra en el desierto: “Como nación los perdimos, como nación los encontramos y como nación los rescataremos”. Toman a Chile no sólo como una cosa (que se puede tocar); es que lo hacen con sensiblería y chovinismo. A los patriotas les aventaja una cosa: que su amor declarado se vuelve muy rápidamente furia. El patriota habla en términos de orgullo. Y de amenaza. Así se hincha, así dicta cátedra, así escribe artículos moralizantes. ¡Epopeyas! ¡Destino nacional! ¡Padres fundadores! Las loas patrioteras de Warnken y Ampuero. Les replico (con la tranquilidad que me impone la digestión): traicionar cada día a la patria después del almuerzo. Sólo así me paro de la mesa satisfecho.
