· Lázaro de Renca · derrenca@gmail.com · modificado en Tumblr ·

29 de agosto de 2010

Domingo de prodigios

Un domingo. Me paro un rato en la feria de calle Maipú. Un señor con un dreadlock de museo intenta encender su cigarro de tabaco. Falta poco para el mediodía, es la hora ideal para salir de compras. En las calles aledañas surgen los vendedores espontáneos. Se vende de todo, muebles, zapatos usados, pulseras, revistas y frascos vacíos. Pasa una mujer empujando un coche con un niño. Parece recién levantada; me da por seguirla unos pasos. Le he visto al pasar un par de lunares en el pecho, lo suficiente como para hacerme variar de ruta. En la esquina la mujer se detiene a saludar a dos amigas; ellas también crían. Las dejo allí y cruzo la plaza Yungay. El público comienza a reunirse en torno a la iglesia. Los espontáneos son advertidos por la policía de que no deberían estar allí. Los borrachos piden monedas sueltas; pasan dos rodeados de quince perros. Observo otro perro que duerme junto a los pies del amo. A la una el sol pega fuerte. Hasta Matucana para tomar el colectivo.

El almuerzo. El cebiche superior: anillos de calamar, camarones, pulpo, merluza y un langostino. Cebolla morada en juliana. Granos de maíz seco y tierno, y yuca. Jugo de limón y algo de picante. El mejor cebiche que he probado en mi vida, en El Ají Seco, en calle San Antonio al llegar a Monjitas.

Al caer la noche, La strada de Fellini. Del género de películas entrañables. La Giulietta, una idiota; Quinn, el ogro que muere solo y con un crimen a cuestas. Geniales los dos. Pienso en otras películas del mundo circense. “El séptimo sello”; y una reciente, una pequeña obra maestra del documental (con un final realmente emocionante): “Man on Wire”. Estirando el hilo se me viene a la mente la “Trilogía de Deptford”, del canadiense Robertson Davies, del cual ya he comentado algo aquí antes. “El quinto en discordia”, “Mantícora”, y la que me falta por leer, “El mundo de los prodigios”; justamente una de las muchas historias que conforman el universo deptfordiano es el relativo al mundo del ilusionismo. Convengamos que un ilusionista es un circense sofisticado, fogueado en la carpa junto al domador de leones. Doma lo suyo, que es la mente humana, o al menos es como al ilusionista le gusta presentar su truco, y nosotros lo aceptamos amablemente.