· Lázaro de Renca · derrenca@gmail.com · modificado en Tumblr ·

18 de agosto de 2010

Once, el número

Llevo unos días rumiando un guión. Surgió el domingo, después de ver “Las soledades”, un cortometraje de Raúl Ruiz del año 1992. Un hallazgo. Onírico, pero de lo mejor del género, partiendo por “Un perro andaluz”. Congruencias, las justas, aunque cuando el director permite que dos puntos se encuentren, surge el entendimiento. Una película que parte en París, se pasea largamente por Chiloé y su cultura mitológica, y acaba donde empezó, ante un niño (él mismo) que lee la biblia y encuentra un hipocampo.

Esta tarde, por cuestiones de trabajo, fui al taller de un matricero. En una pared habían clavado dos carteles, además de un calendario y otros papeles. Pero me fijé en las impresiones de los pósteres: uno con la selección de fútbol, el otro con la última cena de Cristo. Estaban ubicados uno al lado del otro, en perfecta sintonía e igualdad –me pareció. Pero me sobraba un personaje. Quizá Judas, pero fue reemplazado por Matías. ¿Quién? Y era uno, no dos; el número doce de la selección lo lleva el director técnico, que es Jesús; pero, quizá Juan, el imberbe, a la derecha de Jesús y tan cerca de Judas. Mientras el maestro matricero ajustaba la pieza, intenté resolver el dilema.

Volví a la noche del lunes, a las dos de la madrugada pasadas, cuando me desperté un poco afiebrado y con tos. Tuve un momento de lucidez extrema, referido a mi nuevo trabajo, a mi nueva vida, a mi vuelta a Chile. A la lucidez le siguió la pesadumbre; suele pasar. Vi la escena filmada. También alguien se despertaba y muchas barras de hierro caían a su lado haciendo un gran estruendo. El título ya estaba: “Los fierros”.

Luego ese alguien, un equis, mantenía una larga conversación con un zeta, su padre, en una oficina mal iluminada. El dialogo es prácticamente imposible, que transcurre entre exabruptos y amenazas. Aunque no es posible escucharlos; el narrador hace lo suyo, con tono pausado, el tono de un avejentado, quizá con algo de sabiduría.

El matricero de pronto me habló e intentó explicarme el problema. Yo pensé que indudablemente durante estos últimos días andaba muy bíblico; y justo en la mañana había estado hojeando una edición antiquísima de "José y sus hermanos", la obra de Thomas Mann. ¿Cómo entraba Juan en la historia, mi historia de hierros forjados y engrasados, en una oscura oficina donde un padre y su hijo ajustan cuentas antiguas, en un taller donde un matricero repasa una pieza de tres entradas, en la oscuridad de una habitación donde un tipo despierta afiebrado y tiene un ataque de lucidez extrema?

La respuesta, en todo caso, era ésta -lo vi claro ante al maestro matricero-:Matías no participó en la última cena, fue escogido apóstol después de la traición de Judas, quien fue el verdadero descarte. De manera que los auténticos apóstoles seleccionados fueron once. Once, el número. Al final del día esa coherencia me permitió irme a la cama tranquilo y satisfecho.