· Lázaro de Renca · derrenca@gmail.com · modificado en Tumblr ·

7 de septiembre de 2010

Eiffel

Mi francofilia adquiere de pronto ribetes ridículos. En la oficina me toca recibir a una vendedora. Una mujer madura, estirada de porte, de pelo ondulado, grandes ojos café, y algo aromatizada. Lo que se dice una tipa entradora. Juega, mientras habla, con las llaves del auto; me fijo bien en el llavero: es una torre Eiffel en miniatura. A mí ese puro detalle me basta, y me entrego. Me hipnotiza ese llavero minúsculo, y quien lo porta: esta vendedora (me hablo en silencio) que llega, se sienta y me toma como un viejo amigo de toda la vida. Pero pienso en algo más: que me toma como un viejo amante tras una ardua sesión de cama en un motel de la parte vieja de la ciudad (oscuro, mal aseado pero con las sábanas impecables), en calle Rosas o algo parecido. La cuestión es que bajo el influjo de ese hipnotismo me pongo a hablar de todo, cuestiones personales, asuntos familiares, motivos veniales, todo, absolutamente de todo. Por supuesto –y he aquí la cuestión-, hablo de Francia. Exhibo mi debilidad, mi francofilia, sin ningún rubor ni titubeo. ¡Y ella participa abriéndome los ojos! Me alimenta, pero también me apuntala, la hipnotizadora. Yo me largo ya no sólo con Francia; con este (maldito) país (de mierda). Con la vida de ultratumba. Y los intereses cruzados. En fin, un etcétera abundante, que tiene como trasfondo –lo recuerdo a cada instante que le miro las manos- la miniatura de una torre Eiffel. Cuando nos despedimos ella ya ha ocultado el llavero; el hechizo se ha esfumado, pero no nos ahorramos un abrazo, justo, medido, furiosamente cálido.