· Lázaro de Renca · derrenca@gmail.com · modificado en Tumblr ·

28 de septiembre de 2010

La fórmula humana

En la oficina del químico, un departamento de Vivaceta, en un edificio de formas nobles pero arruinado, con parqué y ornamentas en el cielo. Asomo la cabeza y lo veo detrás de un escritorio muy bajo, sepultado por un alto de papeles, carpetas y diarios. A un costado, el mesón de trabajo del químico, con toda clase de probetas y tubos de ensayo, algunos en un tono ámbar, que me obligan a revisarlos detenidamente. Hablamos de lo que nos convoca, que es el carbón activado. Lo importa de China, aunque él le da otros usos; yo lo necesito -le explico- para la fabricación de unos filtros para una cabina de pintura. El carbón retiene los olores más penetrantes, aunque su capacidad de absorción no supera el 50%. El laboratorio parece en desuso; el mesón, de hecho, aparte de los frascos y vidrios, parece no haber sido tocado en bastante tiempo. La tarea del químico se concentra en el escritorio sepultado de papeles y diarios. Es la parte, digamos, teórica. Está junto a un ventanal en la parte anterior del departamento. La zona posterior da a un patio; las ramas de un árbol golpean la ventana cada vez que una brisa las empuja a hacerlo. La factura, un apretón de manos y ya está. He de recoger la mercancía en un galpón unos metros calle abajo. Un lugar tarantinesco, con grandes aureolas de aceite en el suelo, atendido por un sujeto adormilado, con cotona, que maniobra una balanza de bronce antigua. Pienso, no sé por qué, en los nidos de ratas que hay detrás de los sacos arrumbados junto a las paredes; toneladas de carbón activado y otras sustancias y minerales, que mantienen vivas a esas colonias de ratas mutantes, engordadas a base de nutrientes que ya no les resultan nocivos -porque han evolucionado-; aquello no las ha matado, las ha hecho más fuerte.

Ya en la calle, con la imagen del laboratorio todavía en la cabeza, recuerdo a Montilla, viejo de sabiduría ponzoñosa, encumbrado en una casa del Tibidabo, dispuesto a refundar la política. Aquello fue un experimento fallido de novela, en torno a los refundadores políticos del siglo pasado, una y otra vez desembocados en procesos siniestros y totalitarios. Como el químico, Montilla quiso sintetizar la fórmula del comportamiento humano, trazando una o dos reglas definitivas. Un hierbajo que el marxismo teórico se continúa fumando. Montilla, cómo no, acaba en una espiral de delirio; invoca el fascismo bueno como última respuesta, pero le pasa lo que le pasó a muchos de los que firmaron la muerte del dios monoteísta: que en su fuero interno continuaron creyendo en el alma humana, ese invento literario, porque después de todo eran hombres de época.