
Septiembre, día uno. En Chile, por supuesto, siempre ha sido un mes especial. Un mes convulso, por causas políticas, pero también por las borracheras anímicas y etílicas. Un mes, además, para taparse los oídos. Un mes para huir, pero más allá de las fronteras, a salvo del chirrío patriota. Banderas, himnos y otras ridiculeces. El absurdo patriota y nacional. Pero también es el septiembre del inicio de la primavera. Me había acostumbrado al septiembre otoñal, sobre todo por esto. Ahora vuelvo al septiembre florido y verdulero. Vamos viendo.
Este 2010 se conmemoran doscientos años de la independencia republicana, el así llamado Bicentenario. Las efemérides políticas siempre me han dado grima; este año, incluso irritación. No tanto por la fecha en sí; más por la forma misma de celebrarlo, de publicitarlo y recordarlo. No es poco. Por lo demás, dudo que yo tenga mi propia manera de querer festejar la fecha señalada.
Los nacionales se organizan allí donde estén para festejar a la chilena. Al contrario, en el extranjero siempre me he sentido exento de tener que participar de cualquier tipo de festejo patriota; o sea, a salvo del 18. Pero aquí es muy difícil escapar. Aún así, siempre queda el humor sangrante. Ellos sacan a relucir sus banderas, salen a entonar el himno nacional. La empanada, la cueca, etcétera. Cuestiones todas que siempre me han embargado de un sentimiento de vergüenza ajena profundo. Muy profundo y escandaloso. Es una reacción honesta, puramente intuitiva, que me dice que yo no tengo nada que ver con esto (y de alguna manera se me quiere involucrar).
“Cuantas menos razones tiene un hombre para enorgullecerse de sí mismo, más suele enorgullecerse de pertenecer a una nación” escribió Arthur Schopenhauer, en uno de sus muchos aforismo dedicados a la estulticia del nacionalismo.
En un panorama como el del septiembre tricolor, sólo puedo mentar una imagen poderosa pero personal: el mástil vacío. Ya no flamea nada, ningún trapo. Se han retirado los patriotas, y con ellos los sacerdotes de la superstición y la propaganda. Quedan personas; son seres humanos razonables; el mundo es otro, quizá un imposible.
Septiembre, uno. Por supuesto, no me interesa negar aquí la historia. Amo la Historia. Como datos y realidades, incluso puedo aceptar el hecho innegable de la fundación. Pero allí se fundan otras cosas; nace el folclor. Quizá mis dardos se dirigen exclusivamente a ese folclor nefasto y rancio. Pero el folclor no es poca cosa. Estéticamente decadente, se asimila al folclor del grupo fanático de un club de fútbol, con sus cantos y señas. La comunión nacional, de hecho, se parece mucho a la comunión religiosa o futbolera. Una nación, hoy, se funda en su selección nacional de fútbol. El resto es la borrachera del día de la fiesta nacional.
Coda: El único 18 plausible es el 18 del asceta.