· Lázaro de Renca · derrenca@gmail.com · modificado en Tumblr ·

6 de octubre de 2010

El artista doméstico

Hay, por decir así, artistas realmente marginales. Y éste por supuesto no es un problema; el problema es que son realmente malos. Viven en el barrio, perfectamente adaptados; uno se los topa en la verdulería; han criado hijos; ahora, con más tiempo libre, dan rienda suelta a su creatividad. Son gente buena, demás está decirlo. Pero un poco resentida. El resentimiento es consigo mismo, se entiende. Dan buenas comidas y estupendas cenas, muy regadas, porque cultivan a la perfección el rito de la buena mesa. Supongamos que se inclinan por la acuarela. Desde siempre, sin embargo, he sabido que es una apasionada de la música clásica, y de la ópera en especial. Del barrio quizá sea la única que ha pisado el alfombrado del Teatro Municipal. Debe soportar a un marido apático e insensible a la voz de Maria Callas. No importa; la habitación vacía del hijo recién casado la ha convertido ahora en un estudio de pintura. Ha puesto un pequeño letrero manuscrito en la ventana: Se venden cuadros. Ha puesto dos o tres muestras de ejemplo. Son paisajes sureños impresionistas; lo anodinas que pueden resultar las vaporosas e imprecisas estampas impresionistas sureñas. El artista elabora su trabajo, en su taller calefaccionado; ha criado hijos; sabe lo que es ser un buen anfitrión en una celebración de cumpleaños. Pudo, quizá, ser otra cosa; para el que llega, uno mismo, para conversar éste y todos los asuntos posibles, es un verdadero misterio ese tránsito; a fin de cuentas, no ha sucumbido a la desaparición ni a la huida ni a la propia muerte por hastío y todas las excusas sensatas posibles. Sigue ahí, ¡aquí!, entera (¡casi!), pintando sus acuarelas; en su rostro lleva grabadas todas las restas y los sinsabores. Me veo dentro de diez años. Pero en el ámbito vecinal es una pura genialidad contar con ella. Sólo para saber que hay gente huraña con un buen par de razones. También teme que le asalten y le roben. La pintora no es una intelectual; es sólo una artista. Pero el barrio no da para más. Incluso yo me callo; le comento tímidamente alguna frase que dicta el sentido común: qué tanto me gusta la pintura, y el impresionismo, y el hobbie. Esa palabra maléfica, se me cuela y me corta la piel; es un tajo terrible que debo llevar conmigo. Sobre todo porque no estoy dispuesto a hablar de mi propio hobbie. Puedo decir, ¡confesar!, al menos que soy hombre lector. Las estadísticas ya tomarán cuenta de mí.