· Lázaro de Renca · derrenca@gmail.com · modificado en Tumblr ·

23 de noviembre de 2010

En el potrero

En verano el fuego arrasaba todo el potrero. Los carros de bomberos y el despliegue de los hombres con chaqueta de cuero negro y cascos protuberantes nos alegraban la tarde, que veíamos maravillados cómo las indómitas llamaradas se iban extinguiendo poco a poco. Después, era la operación de repliegue; se enrollaban las mangueras y el carro bomba entraba en una especie de sopor, con el motor a bajas revoluciones. Medio potrero humeante, carbonizado; pero volvía a ser lo que era: un lugar sin caballos.
En primavera veíamos crecer los pastizales. Se respiraba olor a moho; la tierra, húmeda por el invierno reciente, comenzaba a secarse. Los cielos se limpiaban; también el potrero se mostraba una vez más limpio de barro y hojas y pasto seco. Los brotes verdes me regocijaban. Entre montículo y montículo de tierra; los escondites se sucedían; eran tantos que arrancar potrero adentro, buscando refugio, era un placer. Aunque siempre, para mí y sólo para mí, el peligro de ver aparecer un perro guardián estaba latente. La latencia de un perro devorador y asesino. Optaba por recostarme en el pasto y ver pasar las nubes.
El potrero fue nuestro bosque (sin árboles), nuestro destino de aventura, a un paso de la casa. Convivíamos con ratones y gatos y los insectos de turno. Pero eso era lo de menos. Fue campo de batalla y mesa redonda. Era el lugar de los juegos peligrosos, a veces violentos, llenos de sentido grupal. Era un peligro, también un descanso arrimarse a la pared para flanquear el límite y alcanzar el primer montículo de tierra.